El verdadero pecado, el
que el Evangelio recoge como causante de nuestra condenación es el
de omisión: Me viste desnudo y no me vestiste, me viste hambriento y
no me diste de comer, preso y no me visitaste…
Tenemos dificultad
para entender que este mal esté por delante de –por ejemplo-
quitar la vida. En realidad cuando niego el pan al hambriento le
estoy negando la vida que esa persona desea y necesita.
Renunciar a vivir es
tanto como atentar contra la vida y llamar vida sólo a lo que yo
quiero o me apetece es necedad.
La vida es una
oportunidad, cógela.
La vida es belleza,
admírala.
La vida es
bienaventuranza, saboréala.
La vida es un sueño,
conviértela en una realidad.
La vida es un desafío,
afróntalo.
La vida es un deber,
cúmplelo.
La vida es un juego,
juégalo.
La vida es preciosa,
cuídala.
La vida es una riqueza,
consérvala
La vida es amor,
gózalo.
La vida es un misterio,
descúbrelo.
La vida es promesa,
cúmplela.
La vida es tristeza,
supérala.
La vida es un himno,
cántalo.
La vida es una lucha,
combátela.
La vida es una
aventura, córrela.
La vida es felicidad,
merécela.
La vida es la vida,
defiéndela
(Madre Teresa de
Calcuta).
Por
tanto, el que sabe hacer el bien y no lo
hace
comete pecado. Sant. 4, 17