miércoles, 29 de julio de 2015

CONFIAR


Nos vamos haciendo en nuestras vidas con nuestras acciones, somos en gran parte lo que hacemos. No por lo que la meritocracia nos otorgue, sino por los pelos que dejamos en las gateras. Casi lo opuesto de lo que se podría suponer con la formulación que acabo de hacer.
Confiar es básico para los que aspiramos a llevar una vida orientada e iluminada por Dios. Y los que, por circunstancias de la vida, tenemos una tendencia contraria, este simple hecho se convierte en un coloso, como el Tourmalet, que, cada rampa, cada curva exige pegarse más y más del sillín... con la mente en las piernas.
Y aunque la fe es gracia, necesita de nuestra tierra fértil para germinar. Y con el paso de los años, el terrreno que son nuestras vidas, se va convirtiendo en un pedregal lleno de abrojos. Por eso necesitamos tanto confiar.
Estos días leía a un pensador y educador notable, José Antonio Marina, que hacía la distinción de tres niveles de confianza: la psicológica, la moral y la espiritual. Psicológico: donde adquirimos “confianza en nosotros mismos y en nuestra capacidad para enfrentarnos a los problemas”. El moral: la confianza forma parte de la justicia. No debemos desconfiar sin motivos. Tampoco debemos confiar sin motivos. Y el tercero, el espiritual: ser dignos de confianza. Algo que nuestra madre nos inculcó a todos nosotros en la familia, en ese formato de sabiduría popular: “no solamente hay que ser honrado, sino que hay que parecerlo”. Claro que este refrán en un mundo de de hipócritas y cínicos tiene poco calado.

Y dijo YHWH a Moisés: « ¿Hasta cuándo me va a despreciar este pueblo? ¿Hasta cuándo van a desconfiar de mí, con todas las señales que he hecho entre ellos? Los heriré de peste y los desheredaré. Pero a ti te convertiré en un pueblo más grande y poderoso que ellos. »
Moisés respondió a YHWH: « Pero los egipcios saben muy bien que, con tu poder, sacaste a este pueblo de en medio de ellos. Se lo han contado a los habitantes de este país. Estos se han enterado de que tú, YHWH, estás en medio de este pueblo, y te das a ver cara a cara; de que tú, YHWH, permaneces en tu Nube sobre ellos, y caminas delante de ellos de día en la columna de Nube, y porla noche en la columna de fuego. Si haces perecer a este pueblo como un solo hombre, dirán lospueblos que han oído hablar de ti: YHWH, como no ha podido introducir a ese pueblo en la tierra que les había prometido con juramento, los ha matado en el desierto."
Muestra, pues, ahora tu poder, mi Señor, como prometiste . (Nm 14, 11-17)

viernes, 17 de julio de 2015

ADOLESCENCIA


Transitamos en un momento epocal en el que la gran mayoría de gente firmaría por una adolescencia eterna (si fuera posible) pareciendo ignorar lo que la misma palabra lleva implícito: “adolecer”. El pensamiento mágico que nos envuelve nos narcotiza hasta tal extremo de poner en duda las verdades más elementales de nuestra existencia, nos llena de “aprioris” y nos aboca (a la gran mayoría) a la desgracia, que, además será invisibilizada por los otros, porque el ser desgraciado se hace descartable y desechable. Los convierten (y convertimos) en “energía negativa”. ¡Imagínense atacar a uno de los nuevos ídolos: la todo-poderosa Energía!
La juventud, ese momento en el que la Vida asoma sugerente, provocativa, sensual, despertando el deseo de plenitud, se ha convertido en la tumba viviente, un “interruptus” abortivo de la Vida personal. No solamente el amor se ha convertido en sinómimo de sexo, la lujuria en patología psiquiátrica (adicciones) sino que el dolor (ajeno) se ha convertido en el refugio de perversiones sado-masoquistas y el dolor propio en maldición.
Decidimos rechazar el estímulo que lleva descubrir nuestras carencias, para convertirlas en estigmas: escogemos la niñez eterna!

Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí (el aguijón). Pero él me dijo: « Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza ». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte. 2Cor 12, 7-10.

jueves, 2 de julio de 2015

ESPECIES AMENAZADAS


La carta-encíclica del obispo de Roma, como gusta designarse el papa Francisco, tiene muchos efectos colaterales y muchas implicaciones indirectas.
Hoy quiero hacer un comentario particular en el sentido que es la especie humana la que consideramos como amenazada, aunque parece que estamos dando rodeos. Esta bien que digamos que nuestra actividad como humanos esta generando destrucción y desequilibrio, pero no entiendo el apocamiento con el que se trata la cuestión central: el propio ser humano, sus valores, sus expectativas y... sus reglas de convivencia. Y esto va mucho más allá de una leyes, de unos hábitos, de unas prácticas y de unas presencias. Una vez más vuelve, tozuda, la cuestión que hasta el mismo E. Kant soslayó en su desarrollo aunque la formuló nítidamente: ¿Qué es el hombre?
Hasta que no adquiramos esa sabiduría, no podremos alcanzar condiciones que no sean destructivas. O empujamos todos en el mismo sentido, o el carro se atora, se “entorca”. Quizás sea ésta la cuestión: ¿cómo podemos ponernos de acuerdo en el sentido, cuando no tenemos claro la dirección?

¡Oh YHWH, Señor nuestro,
qué glorioso tu nombre por toda la tierra!
Tú que exaltaste tu majestad sobre los cielos,
en boca de los niños, los que aún maman,
dispones baluarte frente a tus adversarios,
para acabar con enemigos y rebeldes.
Al ver tu cielo, hechura de tus dedos,
la luna y las estrellas, que fijaste tú,
¿qué es el hombre para que de él te acuerdes,
el hijo de Adán para que de él te cuides?
Apenas inferior a un dios le hiciste,
coronándole de gloria y de esplendor;
le hiciste señor de las obras de tus manos,
todo fue puesto por ti bajo sus pies:
ovejas y bueyes, todos juntos,
y aun las bestias del campo,
y las aves del cielo, y los peces del mar,
que surcan las sendas de las aguas.
¡Oh YHWH, Señor nuestro,
qué glorioso tu nombre por toda la tierra!Sl 8