Hay un consenso muy
generalizado del valor que supone la aceptación del hecho que seamos
diferentes. Es un valor humano porque “lo natural” es que
tendamos a “lo semejante”. En el reino animal, los depredadores
lo son con los distintos, normalmente. En la medida que la razón y
el sentimiento (aumentando
pasión visceral) se retiran en el humano, se asemeja más al animal.
A pesar de este avance
en la humanidad, (sólo se ha quedado para una minoría y para un
elenco de “derechos” que mostraré a mi conveniencia), y cada día
hay menos gente capaz de proponerse el esfuerzo necesario para vencer
mis propias diferencias (las que me favorecen) para igualarme con el diferente (igualdad de derechos y oportunidades).
Los signos son claros:
la aparición de la violencia sin control es mucho más frecuente, el
intercambio entre diferentes grupos humanos (desde cofradías hasta
tribus urbanas) se ha vuelto casi nulo, y ha aumentado la hostilidad en las respuestas.
La solución de la
“discriminación positiva” es el pez que se muerde la cola.¿Cómo
será posible combatir un defecto indiscriminadamente sin herir al
propio sujeto? ¿Cómo superaré una diferencia, creando más
barreras? ¿Cómo podremos entender la defensa de los privilegios
(nación, raza, condición social, religiosa, política...), siendo discriminantes con los diferentes?
No es posible superar
diferencias, ni integrar a los diferentes, si no es desde una unidad. El método de “todos ganan”
sólo es válido si lo aplicamos globalmente, en la totalidad de la
persona y su circunstancia.
Pues, así como
nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan
todos los miembros la misma función, 5 así también nosotros,
siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo,
siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Teniendo
dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada. 1Cor 12, 4-6
Dichoso aquel siervo que no se enaltece más por él bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro. Comete pecado quien prefiere recibir de su prójimo mientras él no quiere dar de sí al Señor Dios.Adm 17.