jueves, 26 de octubre de 2017

VIDA TEOLOGAL

El amor encierra paradojas insalvables para los increyentes, no por su naturaleza, sino por el escenario en el que se sitúan (por un prurito de pseudociencia). Un breve texto, que sigue siendo actual, nos ilustra y orienta en nuestra vida:


El «prójimo», el más cercano a Cristo, es el más alejado. El Señor nos hace advertir, en el marco inequívoco que nos proporciona del juicio final (Mt 25), que detrás de este «alejado» que tiene hambre y sed, que está desnudo, enfermo, prisionero, es a él a quien encontramos, escondido a pesar de ser alcanzable, sin ser notado a pesar de ser experimentado en verdad. Ahora bien, cuando el Señor vino a buscar a los hombres, a amarlos, cuando dio la vida para volver a llevarlos a casa, el prójimo no era a buen seguro para él sólo un alma perdida, un hombre entre tantos. El amor no puede amar más que el amor. El amor de Dios, que invade todo el mundo y pasa por todos los extravíos, no puede amar más que a Dios. Cuando el Hijo pasa del Padre al mundo para ir a buscar a su enemigo y llevarle el amor del que éste carece, debe ver, a través de él, en él, a Dios: debe ver al Padre, que ha creado a este hombre, lo ha formado a su imagen y semejanza, le ha amado, llamado y marcado con una marca indeleble: la señal de la pertenencia al Hijo, al Verbo, a la redención y a la Iglesia [...].
La exigencia de que el amor no se detenga en el hombre, aunque sea en el más miserable, el más necesitado de amor, es lo que distingue el amor cristiano de todo tipo de humanitarismo puramente terreno. Es un amor dirigido a Dios a través del hermano: Dios en sí mismo y Dios para nosotros en Cristo y en la Iglesia. Y no puede ser más que así, porque el amor divino, el amor que viene de Dios, es infinito, y por eso debe extenderse hasta el mismo Dios [...]. Al amor cristiano no se le pide ciertamente descubrir a Cristo, como en una especie de juego del escondite, «detrás» del hermano extranjero que «representaría»a Cristo, o incluso que ame a Cristo «en el puesto» del hermano, de modo que se instaure entre ambos un oscuro mecanismo de sustitución. Basta con que el cristiano ame a su hermano junto con Cristo: así lo amará con referencia al Padre (H. U. von Balthasar, El problema de Dios en el hombre actual, Ediciones Cristiandad, Madrid 1966]).

sábado, 21 de octubre de 2017

VIRTUDES


Hoy en día, en los ámbitos eclesiales se habla de los valores, sÍ; pero con un lenguaje lastimero. Y lo que es peor, cuando lo hacemos, es para hablar de los valores de los otros. Y no precisamente para alabarlos o para intentar emularlos. Dejo para los más expertos el poder determinar las causas -que necesariamente tienen que venir de varias direcciones- y que son diferentes para los diferentes individuos.

Dice el catecismo de la Iglesia Católica:

La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.
«El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio  1).
La virtud sería entonces un valor trabajado y continuado en el tiempo con un objetivo (el bien, la belleza o la justicia que produce en mí esa virtud)
a conseguir. Ademas: teniendo como referencia a Dios y a su Reino.
¿Por qué estamos dispuestos a hacer todo lo indecible por conseguir un cuerpo 10, por ejemplo? ¿Por qué no abundan los creyentes que estén dispuestos conseguir con la misma tenacidad y convicción las virtudes teologales, por poner otro ejemplo? ¿Serían comparables, para un creyente (o, simplemente un ser humano) los resultados?
Para san Francisco de Asís está claro: nos falta el gozo espiritual. Y, al faltarnos el gozo espiritual nuestra inteligencia inventa pretextos.(E.P.15)

Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8).