miércoles, 5 de septiembre de 2012

LA CRUZ Y LA ROSA

 Una de las tentaciones mayores de los cristianos es el "adorno" de la cruz que lleva implícito ocultar la vergüenza, el deshonor y la humillación que conlleva. La otra tentación es querer ocultar al que colgó en ella, sin el cuál nada vale.

Actualizar la cruz en nuestra cultura, significa practicar la liberación experimentada respecto del miedo por sí mismo; significa no acomodarse a esta sociedad, a sus ídolos y tabúes, a sus hostilidades y fetiches, sino, en nombre de aquel a quien la religión, la sociedad y el estado sacrificaron en otro tiempo, solidarizarse hoy con las víctimas de la religión, la sociedad y ei estado del modo como aquel Crucificado se hizo su hermano y su libertador.
El ambiente religioso y humanístico del cristianismo despreció la cruz desde el principio, porque este Cristo deshumanizado contradecía a todos los conceptos de Dios, del hombre y del hombre divino. Pero esa dureza de la cruz tampoco se mantuvo en el cristianismo histórico del recuerdo creyente y de la actualización eclesiástica. Cierto que hubo épocas de persecución y de reforma, en las que el Crucificado se experimentó en cierto sentido presente de manera inmediata. Es verdad que en el cristianismo histórico existió también la «religión de los oprimidos» (laternari), que se sabían en espontánea, comunión de destino con aquel pobre Cristo. Pero cuanto más y en la medida en que la iglesia del Crucificado se hizo religión dominante de la sociedad, dedicándose a saciar las ansias personales y públicas en esta sociedad, tanto más y en mayor medida se distanció de la cruz, embelleciéndola con esperanzas e ideas de salvación. 

J.Moltmann. El Cristo crucificado. Salamanca.1975 pgs 63-64

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