viernes, 31 de agosto de 2012

KIRSHY

Ayer enterramos a Kirshy y la despedida apenas fue un ¡hasta luego!
Kirshy era una niña de once años que tenía un cuerpo de una de cinco. Era una niña que no dejaba indiferente a nadie: su pose, sus modales, sus andares, pero sobre todo... su mirada! Era una mirada triste, pero de una tristeza amable, cercana y profunda. Yo la conocía porque venía a misa -casi todos los domingos- toda preparada, con su bolso en bandolera, con su vestido limpio, sus cabellos arreglados, como una señorita, quizás de otra época.
Me pidieron que hiciera el entierro. Y la pregunta me vino enseguida a la mente y ¿por qué a ella? La historia pública es de esas que desinflan a uno. Su madre la dió a luz siendo seropositiva y murió al poco; su padre... ¿quién lo sabe? Ella también fue contagiada con el virus. Fue adoptada en ese sistema de solidaridad social que esta presente todavía entre gente pobre, que funcionaba muy bien en los campos, pero en las barriadas de ranchitos, se encoje, como la vida misma.

En medio de la oración una catequista se me acercó para decirme que no estaba bautizada...
Pero es que Kirshy llevaba con ella una larga lista de noes.

No tenía el bautizo de agua, pero sí el de sangre y de una sangre de vida crucificada. Y el Dios al que yo quiero rezar, al que yo quiero invocar es el Dios crucificado, que sabe de dolores e impotencias y que tiene preferencia por los más pequeños y pobres. Es en manos de es Dios al que yo quiero poner mi encomienda de su cuerpo y su persona. Porque triunfó de la muerte en cruz y es toda nuestra esperanza de vida en plenitud.

«Es bueno recurrir a los testimonios de la Escritura, es bueno buscar en ellas al Señor Dios nuestro; pero estoy ya tan penetrado de las Escrituras, que me basta, y con mucho, para meditar y contemplar. No necesito de muchas cosas, hijo: sé a Cristo pobre y crucificado». 2Cel 105

¡BENDITO Y ALABADO SEAS SEÑOR POR NUESTRA HERMANA KIRSHY y a nosotros, que quedamos, concedenos tu misericordia, que no merecemos!

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