Aunque no es
políticamente correcto mentar los pecados “capitales” (cabeza,
origen, fuente...) en parte por la degradación de la comunicación
verbal, no significa que estén menos presentes, ni que disminuya su
poder.
Es cierto, también,
que no hemos superado el abuso que se hizo de ellos en épocas no muy
lejanas y estamos en la fase reaccionaria o reactiva que señalan los
psicólogos.
Pero releyendo un
librito entrañable, “diario de un cura rural” de G. Bernanos, me
quedé subyugado y detenido ante las reflexiones que hace sobre la
lujuria, en unos párrafos magistrales de los que extraigo una
pequeña muestra:
...nos obsesiona la
imagen de esa llaga, siempre abierta, por donde supura la sustancia
de nuestra mísera especie. ¡De cuántos esfuerzos hubiera sido
capaz el cerebro humano si la mosca envenenada no hubiera puesto su
larva!
… es, probablemente,
desde su origen, el principio de todas las taras de nuestra raza y
cuando en el recodo de la gran selva virgen, cuyos senderos
desconocemos, se la sorprende frente a frente, tal como es, tal como
salió de las manos del Creador de los prodigios, el grito que surge
de nuestras entrañas, no es sólo de espanto, sino de imprecación:
¡Tú, tú sola has desencadenado la muerte del mundo!
Muerte y vida, pecado y
virtud, humano y... ¡Humano!
Y siguen sus palabras
como sones de trompetas:
Dejamos de creer
porque ya no tenemos necesidad de ello, porque no deseamos conocernos
a nosotros mismos. Esa verdad profunda, la nuestra, ya no nos
interesa.
… No poseemos en
realidad más que lo que deseamos, pues no existe para el hombre la
posesión total, absoluta. NO NOS DESEAMOS A NOSOTROS MISMOS.
… Como no podíamos
querernos más que en Dios, ahora ya no nos queremos. Y no nos
amaremos ya más en este mundo, ni en el otro, eternamente.
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