Transitamos en un
momento epocal en el que la gran mayoría de gente firmaría por una
adolescencia eterna (si fuera posible) pareciendo ignorar lo que la
misma palabra lleva implícito: “adolecer”. El pensamiento mágico
que nos envuelve nos narcotiza hasta tal extremo de poner en duda las
verdades más elementales de nuestra existencia, nos llena de
“aprioris” y nos aboca (a la gran mayoría) a la desgracia, que,
además será invisibilizada por los otros, porque el ser desgraciado
se hace descartable y desechable. Los convierten (y convertimos) en
“energía negativa”. ¡Imagínense atacar a uno de los nuevos
ídolos: la todo-poderosa Energía!
La juventud, ese
momento en el que la Vida asoma sugerente, provocativa, sensual,
despertando el deseo de plenitud, se ha convertido en la tumba
viviente, un “interruptus” abortivo de la Vida personal. No
solamente el amor se ha convertido en sinómimo de sexo, la lujuria
en patología psiquiátrica (adicciones) sino que el dolor (ajeno) se
ha convertido en el refugio de perversiones sado-masoquistas y el
dolor propio en maldición.
Decidimos rechazar el
estímulo que lleva descubrir nuestras carencias, para convertirlas
en estigmas: escogemos la niñez eterna!
Por este motivo tres
veces rogué al Señor que se alejase de mí (el aguijón).
Pero él
me dijo: « Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra
perfecta en
la flaqueza ». Por tanto, con sumo gusto seguiré
gloriándome
sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la
fuerza de
Cristo.
Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en
las
necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por
Cristo;
pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte.
2Cor 12, 7-10.
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