viernes, 17 de julio de 2015

ADOLESCENCIA


Transitamos en un momento epocal en el que la gran mayoría de gente firmaría por una adolescencia eterna (si fuera posible) pareciendo ignorar lo que la misma palabra lleva implícito: “adolecer”. El pensamiento mágico que nos envuelve nos narcotiza hasta tal extremo de poner en duda las verdades más elementales de nuestra existencia, nos llena de “aprioris” y nos aboca (a la gran mayoría) a la desgracia, que, además será invisibilizada por los otros, porque el ser desgraciado se hace descartable y desechable. Los convierten (y convertimos) en “energía negativa”. ¡Imagínense atacar a uno de los nuevos ídolos: la todo-poderosa Energía!
La juventud, ese momento en el que la Vida asoma sugerente, provocativa, sensual, despertando el deseo de plenitud, se ha convertido en la tumba viviente, un “interruptus” abortivo de la Vida personal. No solamente el amor se ha convertido en sinómimo de sexo, la lujuria en patología psiquiátrica (adicciones) sino que el dolor (ajeno) se ha convertido en el refugio de perversiones sado-masoquistas y el dolor propio en maldición.
Decidimos rechazar el estímulo que lleva descubrir nuestras carencias, para convertirlas en estigmas: escogemos la niñez eterna!

Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí (el aguijón). Pero él me dijo: « Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza ». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte. 2Cor 12, 7-10.

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