La carta-encíclica del obispo de Roma, como gusta designarse el papa Francisco, tiene muchos efectos colaterales y muchas
implicaciones indirectas.
Hoy quiero hacer un comentario particular en el
sentido que es la especie humana la que consideramos como amenazada,
aunque parece que estamos dando rodeos. Esta bien que digamos que
nuestra actividad como humanos esta generando destrucción y
desequilibrio, pero no entiendo el apocamiento con el que se trata la
cuestión central: el propio ser humano, sus valores, sus
expectativas y... sus reglas de convivencia. Y esto va mucho más
allá de una leyes, de unos hábitos, de unas prácticas y de unas
presencias. Una vez más vuelve, tozuda, la cuestión que hasta el
mismo E. Kant soslayó en su desarrollo aunque la formuló
nítidamente: ¿Qué es el hombre?
Hasta que no adquiramos esa sabiduría, no
podremos alcanzar condiciones que no sean destructivas. O empujamos
todos en el mismo sentido, o el carro se atora, se “entorca”.
Quizás sea ésta la cuestión: ¿cómo podemos ponernos de acuerdo en
el sentido, cuando no tenemos claro la dirección?
¡Oh YHWH, Señor nuestro,
qué glorioso tu nombre por toda la tierra!
Tú que exaltaste tu majestad sobre los cielos,
en boca de los niños, los que aún maman,
dispones baluarte frente a tus adversarios,
para acabar con enemigos y rebeldes.
Al ver tu cielo, hechura de tus dedos,
la luna y las estrellas, que fijaste tú,
¿qué es el hombre para que de él te acuerdes,
el hijo de Adán para que de él te cuides?
Apenas inferior a un dios le hiciste,
coronándole de gloria y de esplendor;
le hiciste señor de las obras de tus manos,
todo fue puesto por ti bajo sus pies:
ovejas y bueyes, todos juntos,
y aun las bestias del campo,
y las aves del cielo, y los peces del mar,
que surcan las sendas de las aguas.
¡Oh YHWH, Señor nuestro,
qué glorioso tu nombre por toda la tierra!Sl 8
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