Las diferencias entre las personas y
comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que suscita esa diversidad,
puede sacar de
todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción.
La diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él
puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En
cambio,
cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros
particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división y, por otra parte,
cuando somos nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos
por
imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la misión de la Iglesia.
(Número 131 de la
exhortación del Papa Francisco, la Alegria del Evangelio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario