Vivimos una época en
la que los mediocres campan por sus anchas. Ignoro si es solamente la
confirmación de la teoría de de la manipulación de Noam Chomsky
,
o/y por una dejación en los deberes cívicos de aquellos y aquellas
que poseen la capacidad, la formación adecuadas y sinceramente
apasionadas/vocacionadas por el bien común o la res publica.
Un estudio serio
multidisciplinar en este aspecto sería altamente iluminador para
este cambio epocal en el que vivimos, o trasnochamos.
Con ser grave la
situación de esta mediocridad del “ánimus” del hombre moderno,
me parece más grave y de más urgente remedio la mediocridad del
“ánima”. Éso que se conoce como tibieza, en el dominio
espiritual.
Decía san Francisco:
"Cuando el espíritu se entibia y llega poco a poco a enfriarse
en la gracia, por fuerza la
carne y la sangre buscan sus intereses.
Porque - observaba también-, si el alma no encuentra gusto, ¿qué
queda sino que la carne vuelva a lo suyo. Y entonces el instinto
animal inventa necesidad, la inteligencia
carnal forma conciencia". 2Cel 69
Nuestros esfuerzos
cuaresmales pueden resultar baldíos sin no somos capaces de mirar
cara a cara a nuestra tibieza, agudizando nuestros sentidos y nuestra
conciencia ante la magnitud del mal que esta generando en nosotros y
en los que nos rodean.
Conozco tu conducta:
no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Ahora bien, puesto que
eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Tú dices: « Soy
rico; me he enriquecido; nada me falta ». Y no te das cuenta de que
eres un desgraciado, digno de
compasión, pobre, ciego y desnudo.
Te aconsejo que me
compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te
cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des
en los ojos y recobres la vista.
Yo a los que amo, los
reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.
Mira que estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en
su casa y cenaré con él
y él conmigo.
Al vencedor le
concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y
me senté con mi Padre en
su trono.
El que tenga oídos,
oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.
Ap 3, 15-22
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