jueves, 20 de marzo de 2014

MEDIOCRIDAD



Vivimos una época en la que los mediocres campan por sus anchas. Ignoro si es solamente la confirmación de la teoría de de la manipulación de Noam Chomsky , o/y por una dejación en los deberes cívicos de aquellos y aquellas que poseen la capacidad, la formación adecuadas y sinceramente apasionadas/vocacionadas por el bien común o la res publica.
Un estudio serio multidisciplinar en este aspecto sería altamente iluminador para este cambio epocal en el que vivimos, o trasnochamos.

Con ser grave la situación de esta mediocridad del “ánimus” del hombre moderno, me parece más grave y de más urgente remedio la mediocridad del “ánima”. Éso que se conoce como tibieza, en el dominio espiritual.

Decía san Francisco: "Cuando el espíritu se entibia y llega poco a poco a enfriarse en la gracia, por fuerza la carne y la sangre buscan sus intereses. Porque - observaba también-, si el alma no encuentra gusto, ¿qué queda sino que la carne vuelva a lo suyo. Y entonces el instinto animal inventa necesidad, la inteligencia carnal forma conciencia". 2Cel 69

Nuestros esfuerzos cuaresmales pueden resultar baldíos sin no somos capaces de mirar cara a cara a nuestra tibieza, agudizando nuestros sentidos y nuestra conciencia ante la magnitud del mal que esta generando en nosotros y en los que nos rodean.

Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Tú dices: « Soy rico; me he enriquecido; nada me falta ». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.
Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista.
Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.
Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.
Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono.
El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Ap 3, 15-22




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