Vivimos para Aquel que,
muriendo por nosotros, es la Vida; morimos a nosotros mismos para
vivir para Cristo; pues no podemos vivir para él si antes no morimos
a nosotros mismos, a
nuestra propia voluntad. Somos de Cristo, no de nosotros [...].
Morimos, pero morimos
en favor de la vida, porque la Vida muere en favor de los que están
muertos. Ninguno puede morir a sí mismo si Cristo no vive el él. Si
Cristo vive en él, ninguno puede vivir para sí. ¡Vive en Cristo
como Cristo vive en ti! Se ama a sí mismo rectamente quien se odia a
sí mismo para su bien; esto es, se mortifica [...].
Debemos dirigir
nuestros ataques contra todo vicio, sensualidad, contra la atracción
del mal. Al que lucha le basta con vencer a los adversarios:
venciéndote a ti mismo, habrás vencido a todos. Si te vences a ti
mismo, das muerte a ti mismo, serás juzgado vivo por Dios. Tratemos
de no ser soberbios, malvados, sensuales, sino humildes, dóciles,
afables, sencillos, para que Cristo reine en nosotros; él que es un
rey humilde y, sin embargo, excelso (san Columbano, Instrucciones X,
passim).
No hay comentarios:
Publicar un comentario