martes, 24 de febrero de 2015

CAMINOS DE CONVERSIÓN


En este tiempo de cuaresma hablamos de conversión de muchas maneras, pero olvidamos ó dejamos para más adelante (“mañana te abriremos”) las formas y métodos de conversión. Preferimos usar nuestro pensamiento mágico para “pedir a Dios” que nos convierta. Por supuesto que no lo podremos hacer sin El; nuestro problema es que lo dejamos sólo en lo que es “nuestra tarea”.
Los franciscanos nacimos con la idea de Francisco de conversión, de penitencia. Cuando alguien abandona ese pensamiento mágico y se propone caminar por ese sendero de conversión, descubriendo las sorpresas que aguardan en cada vericueto y en cada piedra del camino, pero sobre todo dentro de nosotros mismos, en los apetitos, quereres y miedos, es cuando descubrimos la penitencia como necesidad y apoyo en el caminar hacia Dios y hacia nosotros mismos.
Tres son los grandes caminos para llegar a ella y que, además, compartimos con otras religiones desde nuestro origen: oración, limosna y ayuno. Hay otro camino, casi sendero escondido, adoptado por Francisco y también compartido con otras religiones que es la peregrinación. Lástima que lo hayamos convertido –la mayor parte de nosotros- en folclore. Y lástima, también, que nos dejemos llevar por la ilusión que las “pequeñas penitencias” de cada día son la verdadera penitencia para  volver a excusarnos de que la puerta de nuestro corazón siga cerrada.

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega

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