En uno de estos días
una persona oponía, conversando, la dignidad y la obediencia,
“convencida” que son inversamente proporcionales. Ëste es un
debate interesante, pero ahora me quiero fijar en algo que se repite en los
defensores de “valores ligths” o, quizás debería decir “valores
tuneados” que en un afan de justificar y entretener la mediocridad
inventan metas y logros “a medida”.
La “dignidad” es
perfecta para ellos, porque no depende de mis “méritos” sino de
mis “derechos” y, como tal, me es debida. No tardarán en
aparecer los problemas cuando las “dignidades” choquen entre sí.
Alguien pensará: “siempre quedan los tribunales” ¿y qué será
de los tribunales sin Justicia? Pero, ¿qué sera de la Justicia sin
Verdad? ¿Seguiremos defendiendo las “discriminaciones positivas”?
Porque,
independientemente de florituras filosóficas y de dscusiones
bizantinas el verdadero pánico del mundo moderno llega con la
comparación. Hasta el punto que el espejo –algo tan inocente e
inofensivo- se convierte en un enemigo insoportable.(es sólo una
cuestión del tiempo de cada uno para que ocurra)
Para la gente que
quiere abrir sus ojos cabría una cuestión bastante simple: ¿quién
se beneficia de este estado de cosas? Y ¿cómo salir de este estado
de alienación individualizada?
Para los creyentes nos
queda la conversión:
Vuestras manos están
de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de
delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el
bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia
al huérfano, abogad por la viuda.
Luego, venid, pues,
y disputemos - dice Yahveh.. Is 1,15-18
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