Los que tuvimos educadores que habían soñado con
el “Mayo 68” escuchamos muchas veces aquel lema de “Prohibido
prohibir” como uno de los pilares hacia la libertad humana (la de
toda la humanidad).
Hoy los nuevos aprendices de brujo, o lacayos de
quién se yo quién se hartan de prohibir. Hasta tal punto, que en
uno de los países europeos han propuesto que no se apruebe una ley,
sin, no ya derrogar, sino hacerla desaparecer, otra.
El pasado mes en una conferencia-campaña con las
feministas se escuchaba algo como: "Los códigos culturales profundamente
enraizados, las creencias religiosas y las fobias estructurales han
de modificarse. Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos
para redefinir los dogmas religiosos tradicionales". (Hillary
Rooham Clinton, Lincoln
Center de Manhattan, 24/4/2015).
La eterna
tentación del poder es llegar hasta lo más sagrado del individuo,
pero para someterlo.
He aquí la diferencia. Un dogma, equivocado o
no, busca un bien superior, mientras que los que buscan modificarlos,
solo piensan en ellos mismos: su razón, su verdad... su interés.
Cuando uno ve en
la prensa los beneficios que muchos estan obteniendo en esta crisis
mundial, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Tendrán algo que ver?
¿Les interesará su solución? (El cine usamericano nos tiene
impuestos a preguntar por el “móvil” en cualquier crimen, como
paso previo al descubrimiento del culpable).
Podemos seguir
repitiendo con Qohelet: “No
hay nada nuevo bajo el sol”,
pero cerrar los ojos, solo nos conduce a darnos un trompazo.
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