En todas las épocas y todos los
regímenes han utilizado (o lo han intentado) aletargar al pueblo
para manejarlo a placer. Los métodos y las eficacias han tenido
resultados dispares, pero hay constancia histórica de sus intentos.
Hoy vivimos una situación nueva desde
un punto de vista histórico. La globalización de los medios y los
nuevos centros de poder han conseguido que los Dueños de facto sean
invisibles para la mayor parte de los mortales. Y la aparente
conquista de la libertad personal va camino de convertirse en un
dorado y psicodélico encierro a la carta.
Esta crisis en la que estamos
envueltos, cuando se analice con rigor y honradez demostrará hasta
qué punto la alienación señorea nuestras vidas.
Por ejemplo: esa sensación de “estar
informados” cuando día tras día comprobamos la dosificación (y
ocultamiento) que los Dueños hacen al dar los datos, la utilización con fines
de lucro de la llamada “información confidencial”, el descaro
impúdico de los políticos al hablar de sus medidas, la ausencia de
respeto al adversario, o simplemente, diferente... éso sin contar
todos los subterfugios netamente ilegales.
Con todo esto no es de extrañar la
doble moral, la victoria aparente de los mediocres, el
adoctrinamiento por la fuerza del número y el relegamiento de
cualquier imperativo ético.
Este escenario debería ser para los
creyentes una invitación a revitalizar (pero viviendo, no
empecinando) principios y esperanzas y una llamada de atención que
parece repetirnos Platón con el mito de la caverna.
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