Una figura, la del Buen Pastor, que ya en
tiempos de Jesús tuvo dificultades de comprensión y que sigue
generando incomprensión y rechazo en muchas gentes. Y ocurre también
que, entre los que la aceptan, no pocos manejan símbolos e
idealizaciones poco convergentes con el verdadero significado.
Y es curioso que se
produzca en una época en la que la alienación y el gregarismo, tan
frecuentes, no tienen nada que ver con el pensamiento religioso.
El rechazo es, además
bidireccional: tanto a la figura del pastor, como a la de la oveja.
Ya en tiempos de Jesús la figura del pastor era controversial,
debido a las malas prácticas. Pero no creo que fuera la causa más
probable del rechazo. Causas más probables son la autoridad y la
autorealización, detestada la primera y sacralizada la segunda.
Incluso hay filósofos
de nueva hornada, como el premiado Mario Bunge (Buenos Aires, 1919),
que se atreve a afirmar, amparado en datos estadísticos, que “la
subordinación enferma”. Tal vez la afirmación la haga desde lo
que él mismo denomina realismo ingenuo...
Lo que sí es claro es
que esta dificultad con una figura intermedia como es la del Buen
Pastor, se hace insalvable ante el título adquirido por Jesús de
Nazaret, al ser resucitado, de SEÑOR (Kirios). Y esta condición es
central y esencial al Kerigma desarrollado y transmitido por los
primeros testigos.
« Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado. » Hch. 2,36
« Sí, vengo pronto. » ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Ap. 22,20
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