Conocer y ser conocido
son experiencias que han caído en deshuso en esta sociedad líquida
en la que viviimos. Hoy la gente aspira a los contactos. Sobre todo
tener contactos y que le tengan a uno como contacto. Tener accesible
la posiblidad de contactar.
Profundizar y permanecer se han vuelto
aspiraciones impertinentes y hasta un poco -bastante- sospechosas. Y
por eso las relaciones se mantienen en el mismo nivel periférico y
epidérmico.
El evangelio de Juan,
con la figura del Buen Pastor nos introduce en una dinámica
espiritual novedosa: conocer y ser conocido. Jesús nos conoce y por
eso podemos conocerle y reconocerle entre tantos sucedáneos que nos
invaden por doquier. Su voz resuena nítida entre tanto rumor y canto
de sirena.
Sólo con intentar
buscar una similitud entre lo que supone ser conocido de alguien
importante y ser conocido por el mismo Dios, nace un vértigo.profundo
en nuestro interior que nos descoloca y nos interpela. Nos coloca
ante ámbitos sin cotas ni trabas, horizontes sin límite y sin
tiempo. Antípodas de las imágenes de adolescentes desmayándose
ante sus ídolos, que tanto impactan en las retinas de los curiosos.
Y es que el sentido
bíblico de “conocer” pasa por la experiencia de todos los
sentidos vivos empleados en esa relación.llevada a su punto máximo.
Esto es encontrarse con alguien y propiciar una relación personal.
Es puerta y camino, como Jesús que nos invita a algo inaudito e
insuperable: ser habitados por Dios..
Conocer tal y como nos
conoce Dios supone adquirir el verdadero conocimiento de nosotros
mismos y de nuestra auténica potencialidad.
Llamados, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, a construir un mundo más fraterno y evangélico para edificar el Reino de Dios, conscientes de que "quien sigue a Cristo, Hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre", cumplan de modo competente sus propios deberes con espíritu cristiano de servicio (Regla OFS, 14) (LG. 31; GS., 93).
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