Tradicionalmente se
traduce epifanía como manifestación; pero por una licencia
rescatada por la cultura que nos envuelve, sin forzar las palabras me
parece muy sugerente traducir epifanía como “la piel de lo
sagrado”.
La luz como signo de lo
inaccesible, intangible, se hace de esta manera abordable. Y lo que
solo era posible percibir pasivamente, ahora se hace accesible a
nuestra iniciativa( uno puede sentir activamente el calor y la luz,
pero solamente después de que el fenómeno se ha manifestado).
También Dios ha
querido posibilitar este protagonismo que pide el hombre moderno
desde su libertad soberana.
Aunque Dios ha
mantenido la multiplicidad de sus manifestaciones y signos, nos
propone una como más grande y primordial: su propio Hijo encarnado
en una cuerpo como el nuestro.
La piel es sólo la envoltura, el envolvente aunque manifiesta
la persona ( no es la persona). Y nos quedaremos en nada si no nos
atrevemos a entrar en ese misterio personal, que es lo envuelto, el
contenido… lo esencial y primordial: el Ser que se nos brinda.
Que todo en mi ser se
encamine a tu gloria
y que yo no desespere
jamás.
Porque estoy en tus
manos,
y en ti todo es fuerza
y bondad.
Dame sentidos puros,
para verte...
Dame sentidos humildes,
para oírte...
Dame sentidos de amor,
para servirte...
Dame sentidos de fe,
para morar en ti...
(Dag Hammarskjóld).
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