Los privilegios son
leyes privadas y, casi siempre, excepciones a una ley general.
Históricamente se pueden entender, en su origen, estas excepciones,
pero con el paso de los años y la evolución de las circunstancias,
son, de todo punto de vista, discriminatorios, cuando no
discriminantes.
Pretender una libertad
que no este basada en la JUSTICIA UNIVERSAL y en la RECIPROCIDAD e
IGUALDAD, no es no es compatible con una humanidad dignificada. Una libertad del embudo no es
una verdadera libertad y no es responsablemente defendible.
Lo que para mi es justo
(injusto), necesariamente, debo contemplarlo como justo (injusto)
para el OTRO (cualquier otro), pero, además, tratar igualmente a
desiguales (raza, religión, ideas, condición social, económica o,
simplemente, las derivadas de limitantes físicas o psíquicas) es,
simplemente, INJUSTO.
Además los cristianos no
podemos conformarnos con éso. No existe verdaderamente JUSTICIA sin
MISERICORDIA. Cualquier comportamiento que nazca o se sustente en el
odio, la venganza, la discriminación, o el ABUSO por posición o conocimiento, solo puede generar
injusticia. Los “DERECHOS” adquiridos injustamente no se validan
ni se justifican con el paso del tiempo. Es una injusticia que no
prescribe, incluso si han desaparecido los damnificados.
No hay verdadera
LIBERTAD cuando atento contra “los otros” en su dignidad, en sus
creencias, en sus valores... ¡incluso si están equivocados! ¿Quién
esta libre de equivocación y de transgresión?
Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento pefecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Col 3, 8-14
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