En estos días se ha
levantado un revuelo, no pequeño, apoyándose en una frase, sacada
de contexto, del Papa Francisco. Gentes de todo pelaje que se apuntan
a criticar algo que solamente estaba en la mente de (el/la)
periodista chismoso (a) que publicó la noticia.
Es confundir y comparar
una acción impetuosa y fogosa con una agresión a la dignidad
personal, ó con otras agresiones calmadas, planificadas a sangre
fría y ante gente que no tiene ninguna participación en la
“agresión” originaria.
Gentes que,
cobardemente se callan ante respuestas dronificadas y a infinita
distancia y sólo con la “sopecha” de alcanzar a alguien
buscado. ¡Cuánta hipocresía!
Pero del otro lado
también han aparecido voces que pretenden ser más papistas que el
Papa y lo comparan con la accíon del Jesús con los vendedores en el
Templo. ¡Cuánto despropósito!
La violencia no está
ni en el ímpetu ni en la fogosidad, sino en la violación de la
persona, en su dignidad, en su honra, en sus creencias, en sus
derechos, en su palabra… en su amistad. Es decir, cuando
humillamos, abusamos, envilecemos, deshonramos , difamamos a alguién
estamos siendo verdaderamente violentos, porque literalmente
“violamos”a la otra persona.
Manos blancas no ofenden, dice un
dicho muy certero. No está la auténtica violencia en las manos, ni
en los puños, sino en el corazón.
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