jueves, 17 de noviembre de 2016

ANALOGÍAS (in memoriam)

La analogía es un recurso importante en el discurso razonante tanto ad-intra como ad-extra. Tiene sus limitaciones pero, a su vez, es fuente inspiradora de hipótesis y prisma caleidoscópica para el entendimiento.
Lo que pretende ese grupo de presión sexualista de moda que no terminan de nombrar, -tampoco yo lo haré- su pretensión más íntima, es lo opuesto, en la analogía de la polaridad, a la santidad.
Durante mucho tiempo la moralidad pública ha estado centrada en el sexo, pero no siempre ha sido así. Es más bien una deformación cultural la que ha permitido esta confusión y que tanto ha distraído la mente humana de sus intereses más vitales. Porque no deja de ser una distracción la identificación del placer como vida.
La santidad es esa permamente orientación a la Vida, esa tensión vital por identificarse con el Bien, con la Belleza más escondida y menos estereotipada que la del papel cuché y mucho menos perecedera.
Como la santidad de Isabel, nacida en Hungría, que no dudó de exponerse al magnetismo de Dios, sino que lo buscó, propició y se mantuvo fiel bajo su influjo.

Tú eres el santo, Señor Dios único, el que haces maravillas. Tú eres el fuerte, tú eres el grande, tú eres el altísimo, tú eres el rey omnipotente; tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra  Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses; tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero.
 Tú eres el amor, la caridad; tú eres la sabiduría, tú eres la humildad, tú eres la paciencia, tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre; tú eres la seguridad, tú eres la quietud, tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres la justicia, tú eres la templanza, tú eres toda nuestra riqueza a saciedad.
 Tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre, tú eres el protector, tú eres nuestro custodio y defensor; tú eres la fortaleza, tú eres el refrigerio.
 Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, omnipotente Dios, misericordioso Salvador. 
 
Las alabanzas a Dios de SAN FRANCISCO DE ASÍS

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